Religión(es) en las aulas
Pertenezco a la generación –más bien a una de ellas- que cursó la EGB. Pues bien, por la época que me tocó y por estudiar en un colegio de monjas, inevitablemente tuvimos la asignatura de Religión. No me voy a extender sobre aquellas clases de las que lo único que recuerdo es que debíamos memorizar el famoso catecismo. Pero he aquí, queride lector/a, que comenzando el curso de 6º o 7º -no lo recuerdo bien-, la monja encargada de impartir la asignatura decide que no, que ese año no nos va a enseñar religión católica ni cristiana, que mejor vamos a conocer las grandes religiones del mundo1 -¿inspiración divina?-. Fue aquel el curso más llamativo que recibí en la infancia. La señora se lo preparó a conciencia: además de los apuntes y las clases, ilustró los temas con diapositivas – lo que sería un powerpoint en la actualidad-. Era la primera vez que veía un yogui en la postura del loto, la iconografía hindú, las pinturas sin cara de los musulmanes… Fue durante esas lecciones cuando surgió mi “primer amor” que me llevaría años más tarde al definitivo: como la revelación interior que hiere como el rayo se me presentó el Buda, sus Nobles Verdades y su vía del Camino Medio. Por primera vez alguien que no hablaba de dioses ni de cielos, sino del sufrimiento humano, de su raíz y superación. Esa visión existencialista-humanista me cautivó y me tuvo unos añitos dándole vueltas a la cabeza.
Religión sí o no.
¿Religión en las aulas sí o religión en las aulas no? ¿Impartimos la asignatura de Religión Católica o la de Educación para la ciudadanía? Esta es la dualidad que plantean las tradicionales y enfrentadas posturas del binomio derecha-católicos contra el de izquierda-ateos, sin que se mueva un ápice el planteamiento, se contemplen más opciones, ni se incluya la visión de otros grupos humanos no católicos acerca de esta polémica cuestión.
Lo cierto es que aunque a muchos les pese, las religiones antiguas y modernas han tenido y siguen teniendo una gran importancia en las sociedades humanas. No podríamos contar la historia de nuestra especie sin hacer referencia a ellas. No podríamos entender las distintas culturas sin analizar sus mitos y sus dioses, sus creencias y sus rituales. No podríamos explicar la mayoría de nuestras fiestas, tradiciones y ceremonias. No podríamos apreciar gran parte de las manifestaciones artísticas: pictóricas, musicales, arquitectónicas, etc., sin hacer referencia a las religiones que las inspiraron y ampararon. ¿Cómo cortar su estudio de raíz en la educación pública? ¿Cómo dejarlas sólo en el ámbito de lo privado?
Espiritualidad, mística y religión
Estos términos a menudo son confundidos unos con otros, mostrando, entre otras cosas, la falta de cultura que padecemos en este terreno. La espiritualidad es la postura de quienes sienten o creen que además de cuerpo (físico) y alma (energía), existe otro principio que es trascendente denominado espíritu o mente -con independencia de la creencia o no en algún dios/a-. La mística es toda corriente o escuela que desarrolla vías de contacto con lo divino o de acceso a lo profundo; y religión (o secta) es aquella organización estructurada alrededor de unas creencias y un/a dios/a o dioses; que cuenta con ritos y ceremonias, que sigue unos preceptos y suele tener representantes o intermediarios con la divinidad.
Desde luego que están relacionadas unas figuras con otras, no en vano la mayoría de las corrientes místicas se han dado dentro del ámbito de las religiones, pero evidentemente no es lo mismo una organización que una creencia, que una práctica o un sentimiento. Por lo tanto existen también la espiritualidad y la mística ateas o agnósticas
En las aulas
Personalmente soy partidaria de que entre los contenidos de la enseñanza se incluya el estudio de las principales religiones y corrientes espirituales del mundo, contando también con el animismo y el chamanismo así como con el ateísmo y el agnosticismo. Si enseñamos Geografía, por ejemplo, parece extraño que no hablemos de las religiones y espiritualidades que existen en esos lugares que señalamos. Si contamos la Historia cómo no vamos a hablar de las religiones del mundo antiguo, de su mitología.
Si entendemos como misión de la educación el orientar a las nuevas generaciones hacia posturas de apertura, comprensión y cooperación con otros pueblos y culturas, debemos impulsar el estudio de la visión que tienen esos otros pueblos sobre la divinidad, el mundo, la vida, las relaciones sociales, la familia, la sexualidad, etc. El conocimiento -el buen conocimiento: desprejuiciado, sin censuras, sin trabas-, despierta interés y curiosidad, y produce acercamiento y comunicación con las demás personas.
Sin embargo no soy partidaria de inculcar creencias concretas de ninguna religión, eso sí me parece que debe quedar en el ámbito privado o en la actividad de cada confesión, que, ¡cómo no!, están en su derecho a hacer proselitismo y tratar de convencer de que su propuesta es la mejor. La función de la educación pública, en este caso, es mostrar el abanico de creencias y dioses existentes en el tiempo y en el espacio, y hacer reflexionar al alumnado acerca del sentimiento religioso y la espiritualidad en la especie humana.
En cuanto al enfoque de la asignatura: si se implementa como Historia de las Religiones, Religiones Comparadas o de otro modo; si la imparten teólogos, antropólogos, filósofos o historiadores, es algo que tendrán que debatir y diseñar los especialistas en educación.
P.D.: Cabría también la posibilidad de unas lecciones prácticas en la que se enseñaran técnicas y procedimientos desarrollados y probados por distintas escuelas místicas para conseguir el contacto con lo más profundo de la propia conciencia. Esto sería mucho más interesante: No me hables de Dios, dime cómo puedo verlo. Pero no debo ser tan ambiciosa…, esto es harina de otro costal.
1 Tengamos en cuenta que en aquella época no existía Internet, -¡¿cómo podíamos vivir así?!- Entonces lo que no te enseñaban, lo que no te contaban o encontrabas en algún libro, no existía.
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